Un día, para cruzar un caudaloso río, un joven culto, arrogante y engreído, tomó una barca. Callado y obediente, el barquero comenzó a remar arduamente. De repente, una bandada de aves surcó el cielo y el joven le preguntó al barquero:

- Buen hombre, ¿has estudiado la vida de

las aves?

- No, señor. - repuso el barquero.

Caminar por las calles de San Juan es como iniciar un viaje al pasado: sus angostos caminos adoquinados nos recuerdan otra época en la que las carretas y los caballos eran la orden del día. Si logras robar una mirada furtiva al cielo raso de una de las casas, las vigas de ausubo te hablarán de la fortaleza de unos puertorriqueños que resistieron el asalto de ingleses y holandeses, dejando para siempre su huella en una ciudad amurallada.

Ante mí había un hombre tan viejo que parecía no tener edad. Al sobreponerme del susto, vi que aquel viejo, de barbas largas y blancas, llevaba un traje como de fraile.

La otra mañana fui al parque con mi tío. A su lado se sentaron dos señoras muy gordas, con una niña y un chico. La niña se puso a saltar a la comba mirándome; de tanto mirarme, siempre se equivocaba y no podía llegar a aquello de "cuartana, color de manzana...". Una vez dijo muy bajito: -¿Quieres jugar conmigo? Y yo lo oí y dije: -Sí, sí. Jugaremos al molino. Cogidas las manos, empezamos a dar vueltas... "El molino, lleno de agua, y la rueda, anda que anda, anda que anda...". Hasta que se me fue la cabeza y me tuve que sentar en el suelo, ¡con una angustia en el estómago!...

El profesor de economía asegura que los trabajadores tienen la costumbre de gastar todo su dinero. Alega que si la administración del ingreso es adecuada se puede guardar la mitad o una tercera parte del sueldo. Esto independientemente del ingreso que se tenga. Sin embargo, muchas personas prefieren gastar en cosas superfluas, respondiendo a la presión social de tener los mismo que todos los demás.

Los coquíes no son sapos. Aunque ambos tienen aspectos físicos parecidos, los coquíes tienen características únicas que los sapos no comparten, como lo son, por ejemplo, los dedos separados, con puntas que los ayudan a trepar los árboles.